La Argentina no deja de ser una caja de sorpresas. Las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) del domingo 13 serán un punto de inflexión para la política y para la economía. Tantos desequilibrios tienen sus costos. A la corta o a la larga terminan pagándose. Las encuestas ya no son confiables. La sociedad se debate entre lo emocional y lo racional. Y las internas son un test que marcan el ritmo de la vida cotidiana de un país acostumbrado a las crisis.
La participación electoral es algo que toda la política debería seguir de cerca, al igual que sus potenciales impactos tanto en el oficialismo como en la oposición. Y aunque se haya visto una menor participación electoral en las elecciones provinciales, esto no significa necesariamente que se repita en la elección general, plantea Zuban, Córdoba y Asociados que ha medido que, en la Argentina, al menos el 71% del electorado habilitado concurrirá a las unas. Es allí donde incide la emocionalidad. La racionalidad se complementa en las generales. El dólar “blue” arrancó este agosto con una aceleración de casi $ 10 que lo llevó a la zona de los $ 560 por unidad. Indudablemente que el combustible tratará de subirse a esta tendencia para no perderle pisada al precio regional. Lo peor es que el resto de los precios también buscarán actualizarse. Por ejemplo, el de la carne, que anticipa incrementos que van desde el 15% y pueden llegar al 30%, según los cortes y la calidad. El resultado es claro: más inflación.
En las esferas políticas también prima la emocionalidad. El entendimiento con el Fondo Monetario Internacional (FMI) se está moviendo en ese terreno. Los dólares no aparecen y los argentinos no sólo comeremos arroz chino. Todo parece que también tendremos que familiarizarnos con los yuanes, la moneda del gigante asiático. Nadie sabe cómo y cuánto se pagará ese nuevo endeudamiento. Sergio Massa, el ministro de Economía, tenía razón, parcialmente. La Argentina “no va a usar un solo dólar de sus reservas para pagar los vencimientos”, dijo el titular del Palacio de Hacienda. Una verdad a medias. Se usaron yuanes y un crédito puente de la Corporación Andina de Fomento (CAF). Las reservas brutas del Banco Central no frenan su deterioro. Ayer cerraron en torno de los U$S 24.000 millones, el nivel más bajo desde 2006. Las netas son cada vez más negativas; rozan los U$S 10.000 millones. ¿Qué quiere decir esto? Que la Argentina ni siquiera puede pagar el mínimo de la tarjeta de crédito. Está en rojo y apeló a una refinanciación costosa en términos financieros y políticos.
El ajuste ya está en marcha y trata de ser disimulado como la mismísima devaluación, por los efectos nocivos que ocasionan a las expectativas en tiempos de elecciones. “Lo mejor que le puede pasar al ministro Massa es que al candidato presidencial Massa no le vaya bien”, dicen algunos operadores del mercado. En los recintos bursátiles creen que Juntos por el Cambio hará una buena elección y que eso repercutirá al día siguiente de las PASO en un rebote en el valor de los bonos y de las acciones. Ese histérico comportamiento de los apostadores (más que de los inversores) ya se observó en el último tramo de la gestión de Mauricio Macri. Pero para revertir la tendencia, la oficialista Unión por la Patria tendrá que mostrar una transición ordenada y no el clásico pase de facturas que llevan a los argentinos a votar entre lo que promete ser el cielo para diferenciarlo del infierno. En suma, los ciudadanos terminan siempre en el purgatorio de las eternas promesas electorales. Es difícil que se pueda detener la devaluación de la moneda nacional. Las transferencias de fondos a las provincias siguen cayendo. En términos reales, la coparticipación perdió en julio un 3% frente a la inflación. En Tucumán, el ministro de Economía, Eduardo Garvich, suele visitar el Palacio de Hacienda de la Nación para activar el crédito de $ 10.000 millones para empezar a pagar el grueso de los sueldos estatales. Ese préstamos se cancela dentro del mes. En la madrugada del sábado, en esta ciudad, el Gobierno le recordó a Massa que necesita de esa asistencia. La carta de presentación es que, más allá de la disparada del gasto electoral, Tucumán está por encima de la línea. ¿Qué es esto? Que, aunque ínfimo, hay superávit porque, hasta ahora, las cuentas están en orden. “Si el FMI quiere revisar las finanzas de las provincias, en nuestro caso no tendremos problemas”, dicen cerca del ministro Eduardo Garvich. Tras las PASO, el gobernador electo, Osvaldo Jaldo, tendrá que nominar a un posible equipo económico porque el 29 de octubre está más cerca de lo pensado y, hasta ahora, no hay una revisión integral de cómo terminará Juan Manzur su segundo mandato como gobernador. En el jaldismo reniegan por el hecho de que, en la línea de conducción técnica, no hay hombres o mujeres que tengan un perfil también político para dar el salto a la conducción del Ministerio. El que estuvo más cerca fue Miguel Acevedo, hoy convertido en vicegobernador electo. ¿Quién suena? Todas las miradas se dirigen hacia Pedro Sandili, actual subsecretario General de la Gobernación.
La otra cuestión que puede llegar a resolverse luego de las PASO es el nombre que el jaldismo promoverá como tercera autoridad en la línea de conducción institucional de la provincia. Todo gobernador trata de generar un contrapeso para mantener la estructura en su ausencia. En la actualidad el rol de presidente subrogante de la Legislatura es ocupado por Sergio Mansilla, que ha sido reelecto como parlamentario. El ex intendente de Aguilares (ayer no estuvo en Monteros en el encuentro de la sección Oeste) es muy cercano al ministro del Interior y vicegobernador electo. Esto genera ruidos en el jaldismo, que quiere poner en ese cargo a uno de los paladares negros de Tucumán para la Victoria. En esa carrera hay tres nombres en danza: Regino Amado, Aldo Salomón y Darío Monteros. El intendente bandeño, no obstante, sería titular de Interior.
Después de las internas abiertas la política tendrá que resolver sus internas cerradas.